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LA INFLUENCIA DE LAS EMOCIONES EN NUESTRA ALIMENTACIÓN

 

Desde que somos bebés el alimento está directamente relacionado con nuestras emociones. La lactancia, por ejemplo, juega un papel importante en el establecimiento del vínculo afectivo entre madre e hijo.

El acto de comer va más allá de las necesidades básicas de alimentarnos y de ofrecer a nuestro organismo los nutrientes necesarios para nuestra supervivencia, la alimentación también nos ofrece placer y nos permite sociabilizar. Aprendemos desde muy pronto a utilizar los alimentos en celebraciones y en momentos de estrés o de soledad.

 

¿Cuántas veces hemos sentido “hambre” cuando se dan determinadas situaciones cargadas de estrés?

 

En estos casos, la ingesta de alimentos no está influenciada por la necesidad nutricional o por las señales fisiológicas, sino por las emociones. Este patrón alimentario es lo que conocemos como hambre emocional y está fuertemente relacionado con factores psicológicos. El problema está cuando utilizamos la ingesta de alimentos como un hábito para compensar determinados estados emocionales como la ansiedad, la tristeza, la ira y el enfado, o de forma compulsiva. Frecuentemente, son episodios de ingesta exagerada y con elección de alimentos ricos en calorías. Frases como “hoy me lo merezco”, “me lo he ganado”, suelen venir acompañadas de una barra de chocolate, de una tarrina de helado, de una caja de bombones, entre otros.

Estos episodios de ingesta exagerada y compulsiva nos dan la sensación momentánea de calma y placer, aunque esta sensación es sustituida rápidamente por los sentimientos de culpa, vergüenza y arrepentimiento, lo que nos lleva a repetir una y otra vez el mismo patrón de ingesta, entrando en un círculo vicioso.

Existe, por otro lado, el patrón restrictivo de la alimentación emocional, es decir, cuando nos enfrentamos a situaciones de estrés, tristeza o ansiedad, a las que no conseguimos hacer frente, disminuimos o restringimos en su totalidad la ingesta de alimentos, lo que, muchas veces, aumenta la percepción de control sobre la situación o la sensación de poder.

 

¿Quiénes son más susceptibles a iniciar una alimentación emocional?

 

Existen algunos factores de riesgo que tornan unas personas más susceptibles que otras a realizar episodios de ingesta emocional, lo que no quiere decir que cualquiera de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, no estemos sujetos a utilizar este tipo de ingesta para controlar nuestras emociones.

Las personas que tienen mayor dificultad en identificar y hablar de sus estados emocionales, que no tienen o tienen poca conciencia de las señales fisiológicas de su cuerpo, que tienen un patrón de alimentación irregular, pueden estar más propensos a recurrir a ingestas emocionales. Son muchas razones que pueden llevar a una persona a ingerir alimentos de forma excesiva, aunque no sienta hambre.

Hay que tener en cuenta que, además de incorporar a nuestro día a día hábitos saludables con una alimentación regular y elección de alimentos con calidad nutricional, es muy importante identificar y hablar sobre nuestras emociones y aprender a diferenciar entre el hambre fisiológico y el hambre emocional.

Sandra Ribeiro
Psicóloga

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